As cidades e os sinais. 1.


Ginza, Tóquio

O homem caminha durante dias pelo meio de árvores e pedras. Raramente o olho se detém sobre alguma coisa, e só quando a reconhece pelo sinal de outra coisa: uma pegada na areia indica a passagem do tigre, um pântano anuncia um veio de água, a flor do hibisco o fim do Inverno. Tudo o resto é mudo e intercambiável; árvores e pedras são só o que são.
Finalmente a viagem conduz à cidade de Tamara. Entra-se nela por ruas pejadas de letreiros que sobressaem das paredes. Os olhos não vêem coisas mas sim figuras de coisas que significam outras coisas: a tenaz indica a casa do arranca-dentes, a garrafa a taverna, a alabarda o corpo da guarda, a balança romana a ervanária. Estátuas e escudos representam leões golfinhos torres estrelas: sinal de que qualquer coisa - sabe-se lá o quê - tem por símbolo um leão ou golfinho ou torre ou estrela. Outros sinais avisam do que num local é proibido - entrar no beco com as carroças, urinar atrás do quiosque, pescar com cana do alto da ponte - e do que é lícito - dar de beber às zebras, jogar à bola, queimar os cadáveres dos parentes. Da porta dos templos vêem-se as estátuas dos deuses, representados cada um com os seus atributos: a cornucópia, a clepsidra, a medusa, pelo que o fiel pode reconhecê-los e dirigir-lhes as orações certas. Se um edifício não tiver nenhum letreiro ou figura, a sua própria forma e o lugar que ocupa na ordem da cidade bastam para indicar a sua função: o palácio real, a prisão, a fundição da moeda, a escola de aritmética, o bordel. Até as mercadorias que os vendedores põem em exposição nas bancas valem não por si próprias mas como sinais de outras coisas: a fita bordada para a fronte quer dizer elegância, a liteira dourada poder, os volumes de Averróis sapiência, a pulseira para o tornozelo volúpia. O olhar percorre as ruas como páginas escritas: a cidade diz tudo o que devemos pensar, faz-nos repetir o seu discurso, e enquanto julgamos visitar Tamara limitamo-nos a registar os nomes com que ela se define a si mesma e todas as suas partes.
Como realmente é a cidade sob este denso invólucro de sinais, o que ela contém ou oculta, o homem sai de Tamara sem tê-lo sabido. Fora dela espraia-se a terra vazia até ao horizonte, abre-se o céu por onde correm as nuvens. Na forma que o acaso e o vento dão às nuvens o homem fica logo absorvido a reconhecer figuras: um veleiro, uma mão, um elefante...

Texto de Italo Calvino, Le città invisibili, Torino: Einaudi, 1972
(tradução portuguesa de José Colaço Barreiros, As cidades invisíveis, Lisboa: Editorial Teorema, 2003, pp. 17-18).

La vuelta al día en ochenta mundos


Bogdan Konopka, Pekin / Beijing, China, 2004, p. 25.

Para empezar habría que decir que viajar no es sinónimo de ir de vacaciones, sino que viajar es la acción de trasladarse de un punto a otro, lo suficientemente lejanos entre sí. Es decir, que esa idea contemporánea de unir términos como viajar y placer es algo propio de una burguesía cada vez más alta. De hecho, casi podríamos decir que considerar un placer el hecho de viajar es cada vez más difícil. Otra asociación equivocada es la de viajar y la aventura, aunque tendríamos que admitir también que aventura y diversión, placer o logro, no son necesariamente lo mismo. Una aventura puede ser una serie de desgraciadas peripecias nada venturosas. Y en este sentido sí que podemos admitir que viajar es casi siempre una aventura, porque los problemas, inconvenientes y desatinos que se producen en cualquier viaje son directamente proporcionales al tiempo que se dedica al viaje, a la distancia que se recorre y a los medios económicos que se invierten. Y, por supuesto, a los motivos que nos muevan u obliguen a viajar.


Peter Fischli / David Weiss, Airport Rio, Air France, Jumbo, 1989/2000, p. 42.

Esto es como decir que viajar por mar no es necesariamente hacerlo en un crucero de lujo o en un yate propio, sino que suele ser más frecuente hoy en día hacerlo en patera o en un neumático a medio hinchar. Viajar por carretera es diferente con un coche con aire acondicionado y buen motor que hacerlo de polizón en los bajos de un camión. En fin, que hay tantas formas de viajar como causas para hacerlo pero, curiosamente, en las sociedades civilizadas el viajar se ha convertido en un signo de bienestar económico, de agilidad cultural y de forma de vida correcta. Si después de unas vacaciones no se tiene un viaje que contar estaremos fuera de todas las charlas en la oficina o entre los amigos y familiares. Y ojo, como el viaje sea en tu propio país, como no hayas visitado lugares de nombres imposibles y difíciles de encontrar en el mapamundi, ya puedes aducir algún eximente tal como curiosidad cultural, exceso de trabajo, los niños estaban enfermos, algún tipo de promesa, un virus contagioso… o admitir directamente que con este calor ir al Caribe para, después de los tifones, encontrarte con el vecino de abajo, o el camarero del bar donde desayunas, o tu propio jefe, tonteando en la misma playa que tú, no te parecía un buen plan. Que, tal vez, no te interesa hacer alpinismo, trekking, dormir en el suelo, no lavarte en semanas, comer cosas innombrables, acabar con las fuerzas que te quedaban antes de las vacaciones y endeudarte para todo el año visitando las montañas del Nepal durante diez días. Es una cuestión de opiniones, pero ahora viajar es prácticamente sinónimo de vacaciones y, ¡Dios mío¡ de turismo.


Jacques Fournel, Internacional Airport, Bangkok, Thaïland, 1983, p. 29.

En la antigüedad el viaje significaba un cambio permanente de lugar. No se recorrían miles de kilómetros para estar solamente unos días y volver a casa a contarlo con fotos digitales y vídeo de acompañamiento. Naturalmente la evolución de los medios de transporte tiene mucho que ver con esta facilidad, pero sobre todo ese cambio conceptual de considerar que realmente podemos ir a cualquier sitio, generalmente sin alterar nuestra forma de vivir, de relacionarnos con la gente ni con los lugares. Una frivolización de la diferencia que se integra en la idea de globalización y que gira sobre sí misma: si queremos vivir igual, hablar el mismo idioma y comer lo mismo en cualquier parte del mundo, cada vez tiene menos sentido moverse.
La idea de viaje estaba ligada a la de invasión, emigración y exilio, dependiendo de las culturas y los momentos históricos. Y las condiciones y consecuencias de esos grandes viajes, de los cuales se hacía uno en la vida y su huella duraba ya para siempre, eran muy diferentes de los viajes de tour operador que se hacen en la actualidad. Sin embargo, hoy en día, en tiempos de mixtificación, en la misma playa en la que toman el sol y descansan gentes venidas de lejanos países del Norte, después de largos viajes preparados cuidadosamente, encontramos los restos de las pateras que han traído desde el Sur gentes que buscan cambiar sus vidas, al menos sobrevivir de un viaje inevitable pero temido. Sin duda, el viaje de su vida.


Rivka Rinn, Echo, 2001, p. 95.

Desde Phileas Fogg o el Capitan Cook, entre los grandes viajeros, aventureros que descubrían islas y continentes sin despeinarse, rodeados de criados y baúles con sus equipajes, que podían encontrarse casualmente en el África negra y saludarse cortésmente, hasta los actuales mochileros, turistas y domingueros del "todo incluido", no sólo hay años de diferencia sino siglos de evolución cultural. En otros tiempos un viaje transoceánico era algo que muy pocos - excepto en caso de guerra - se planteaban hacer y ahora mandamos a nuestros hijos adolescentes, solos, hasta el otro extremo del mundo a que perfeccionen el idioma en las vacaciones de verano.
Viajar se ha convertido en algo cotidiano. Y sin duda en esta democratización del viaje todos hemos ganado en posibilidades de mejora de vida, excepto los que sólo reciben viajeros, los habitantes de paraísos culturales que viajeros en masa destrozan y humillan no sólo con su presencia, sino con una ignorancia que no ha desaparecido con todos los avances de unas sociedades que todo lo pueden, sino que se incrementa al mismo ritmo del desprecio con que tratan a los habitantes de otras culturas y otros mundos. Igualmente, para destacar en esa "democratización viajera" y como si fuera un juego olímpico, cada vez debemos ir más lejos, más rápidos, ser más originales. El placer silencioso y lento del viaje se va perdiendo tan rápidamente como el concepto de calidad de vida.


José Manuel Navia, Hotel Penn, Nueva York, 1995, p.50.

Pero tal vez deberíamos volver a empezar y afirmar que el viaje es un estado interior, que más allá de ir a otro lugar, el viaje significa una transición, un aprendizaje. Hubo un tiempo en el que los viajeros buscaban aprender algo, sobre ellos mismos casi siempre, y en los que el viajar era una etapa de madurez, de conocimiento, de independencia, una prueba de vida. Viajar es algo que podemos hacer en nuestra casa, con los ojos cerrados, podemos desplazarnos a mundos ignotos, a tiempos lejanos. Viajar en el tiempo y el espacio, saber que el paraíso puede estar en nuestra terraza y que tal vez lo que encontremos en el fin del mundo sea solamente a nosotros mismos.
Viajar como escapada, como huida, "la escapada del verano", "la huida de la ciudad, de lo cotidiano", pero sobre todo huida de nosotros mismos, de nuestros problemas. Es también una forma de inmersión en lo desconocido deseando que un entorno nuevo y distinto sea suficiente para olvidarnos de nosotros mismos y nuestros problemas. Sin darnos cuenta de que el auténtico viaje es la vida y que cada día es una etapa, una pequeña excursión. Y este viaje cada uno elige cómo hacerlo; alguno elige una agencia de viajes para organizarlo, otros van por su cuenta, unos a pie, otros en avión. Cada salida, cada llegada, los recuerdos, la experiencia que almacenamos es el único equipaje, la única historia.
Séneca le escribía a su discípulo más querido, Lucilio, una epístola en contra del viaje: Para qué quieres viajar, irte tan lejos, si adonde quiera que vayas siempre irás contigo mismo.


Jeff Wall, Overpass (pormenor), 2001.

Editorial de Rosa Olivares, Exit #19 - Viajes, Madrid: Olivares y Asociados, Agosto 2005 / Octubre 2005, pp. 16-17.

Heróis românticos

Sim, não há dúvida; eu sou apenas um viajante, um peregrino no mundo.
Mas vós? Sereis acaso mais do que isso?



Johann Wolfgang von Goethe, Die Leiden des jungen Werther, 1774
(tradução portuguesa de João Teodoro Monteiro [para Guimarães Editores], Werther,
Linda-a-Velha: Abril/Controljornal, Biblioteca Visão, 2000, p. 80).

Mar azul


Ali ao fundo, fica o Norte de África...

O... Mar, detá quitinho bô dixam bai
Bô dixam bai spiá nha terra
Bô dixam bai salvá nha Mâe... Oh Mar
Mar azul, subi mansinho
Lua cheia lumiam caminho
Pam ba nha terra di meu
São Vicente pequinino, pam bà braçá nha cretcheu...
Oh... Mar, anô passá tempo corrê
Sol raiá, lua sai
A mi ausente na terra longe... O Mar


... além adiante, a América do Norte. Tanto Norte para lá do Sul!...

Letra e música de B. Leza, interpretação de Cesária Évora, Mar Azul, Lusafrica, 1991.